Wednesday, September 17, 2008

Las peripecias de un cuello con patas


Yo pensé que caerme en dos matrimonios en el mismo centro de eventos, entrar tarde a una comida con tres ministros y dos subsecretarios, cruzando toda la sala con 500 asistentes y mis constantes episodios con profesores y jefes estilo Chavo del Ocho – Profesor Longaniza encabezaban mi ranking de vergüenzas públicas, pero no. Cuando pensé que nada podía ser peor, me acordé que Murphy debe ser tío bisabuelo mío: siempre queda algo. ¿Qué? Pasearse con cuello ortopédico por todo el Parque Arauco.

Nunca —ojo, NUN-CA— me había sentido tan observada. No hubo persona en esos pasillos que no me lanzara por lo menos una mirada, de reojo, más que fuera. Y si la violación es inminente, yo decidí darle una visión sociológica al asunto y de paso, reactivar este humilde blog, dado los múltiples pedidos por Facebook recibidos.

No sé si será de puro morbosa, pero me dio gusto. En general, la gente me mira con ese tono entre curioso, lastimero y culposo. En ese mismo orden. Porque primero, se dan como dos segundos donde abiertamente, miran, para cachar qué cresta pasó. Los más avezados incluso incluyen un gesto de “cómo habrá quedado el otro”. Después, vienen otros dos segundos donde ponen cara de “pobrecita”, hasta que se dan cuenta que están mirando y viene la fase culposa y bajan la mirada o hacen como que yo estaba en el radio de visión entre el pasillo y la vitrina que justo en ese preciso momento los deleitó.

Yo no ayudo, debo reconocerlo. Aunque parezco Kenita Larraín en plena separación del Chino Ríos, me sale la gemela Campos que llevo dentro y los miro de vuelta con cara de “no tiene nada mejor que hacer que mirar a esta pobre lisiada”. Es bakán, porque logro alimentar mi ego de lo mal que se sienten. (Sí, soy bruja... ¿y?)

Por lo menos andaba vestida decente el día que se me ocurrió pasearme por el centro comercial más concurrido del sector con cuello. Si quitamos el tosco collar blanco esponjoso, me veía hasta mina.

Lo peor, debo decir, no son los mirones del mall. Lo peor son los copuchentos asumidos, esos que no sólo miran... también preguntan y hasta les alcanza el tiempo para contar sobre la tía, hermana, prima, nana o mascota a la cual le pasó lo mismo que a mí.

No hubo taxi al que me subí —dada mi condición de lisiada peatona— donde el chofer no me metiera conversa. Ni el viejo truco de hablar por celular para evitar la plática no deseada funcionaba, porque cuando llamé a una amiga para contarle mi drama humano, no alcancé ni a cortar cuando el taxista me estaba dando una completa charla sobre mis derechos y todo lo que debía exigirle al seguro del auto.

No fue el único.

—Uy... le pasó algo en el cuellito— me dice un vecino de mi súper high society edificio, mientras compartimos el ascensor.

Lo miro en silencio, con cara de “no, es que vi en Discovery Home & Health que este accesorio estaba de última moda y me lo puse voluntariamente”. Pero no acusa recibo y sigue.

—¿Chocó?

—Me chocaron.

Son las dos palabras que pronuncio lacónica, mirando los botoncitos con los números de los pisos. Lamentablemente, él marcó el 18. Entonces, pronuncia esa frase tan original...

—Menos mal que no le pasó casi nada. Podría haber sido peor.

Qué interesante. Él también conoce a Murphy.

No contesto, porque para qué ponerme a explicarle que si sumamos al esguince cervical la semana en cama sin salir de la casa, las tres semanas sin poder manejar y que, más encima, me quedé sin entradas para el concierto de Madonna en Buenos Aires, no me quedan ganas del optimismo barato de frases como “podría ser peor” o la resignación apestosa de “Dios sabe por qué hace las cosas”.

Trato de mirar el cartelito electrónico de los pisos. Vamos en el 7... todavía queda y él no se calla.

—No se preocupe, a todos nos ha pasado... yo tengo una prima que una vez...

Apreto el stand by mental, el piloto automático de “No escuchar idioteces” que todos llevamos dentro y congelo la vocecita de pito del caballero en cuestión. Por fin llego a mi piso. Por fin entro a mi departamento. Por fin ya estoy a salvo de mirones desagradables y opinólogos de ascensor. Pero pucha que somos copuchentos los chilenos.

3 Comments:

Blogger Isa said...

Jajajajajajajaja... yo estuve ahíiiiiiii!!!! buenísima, Kenita!!!

September 18, 2008 4:51 PM  
Blogger Isa said...

Jajajajajajajajaja, síiiiiiiiiiii... yo estuve ahí y lo vi todo, todo, todo!!!! Buenísima, Kenita!!!!

September 18, 2008 4:52 PM  
Blogger valeria said...

Miguiiii!!!
Qué relato! Buena forma de retomar el blog. Tú sabes, hay cosas que sólo te pasan a ti....
Un abrazo.....

September 23, 2008 7:49 AM  

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