Oh mamá, ella se ha resfriado
Hace tiempo que no estaba tan mal. He soportado seudo partos con mis dolores de ovarios —o útero, como siempre me corrige mi ginecóloga—, estar casi coja con mi dolor en la espalda que hace que me parezca a la Paola Volpato en Aquelarre, incluso las jaquecas que últimamente me dan post trabajo son más soportables que mi último resfrío. Sí, un simple resfrío me dejó knock out.
Todo partió el sábado, por culpa de Pablito Ruiz. Como no había podido ir a la Blondie a verlo no pude evitar convencer a la Maca de que me acompañara a “la mejor fiesta de la historia”, la que incluía —por supuesto— la siempre gay performance de Pablito, su show wo-man y su tan esperado e incestuoso repertorio.
En fin… ahí estaba yo, gritando como una verdadera loca “Oh mamá, ella me ha besado”, saltando arriba de la barra —Piña Colada en mano— y rogando que la cámara de TVN no se detuviera en el show magazinesco de esta supuestamente pulcra periodista de lunes a viernes.
Lo pasé DE-LU-JO como hacía tiempo no lo pasaba.
El problema fue que el domingo me desperté un poquitín ronca. “El humo de cigarro”, pensé mientras corrí a sacármelo lavándome el pelo. Mala idea.
Cuento corto, la noche la pasé en banda con 38 de fiebre y un maldito dolor a un lado de la cara: me dolía el oído, la amígdala, la cabeza y hasta la muela del lado derecho. “Neuralgia se llama eso y te dio por no hacerme caso y lavarte el pelo”, me instruía una poco amorosa Patty versión matutina que yo no sabía si agradecer o matar.
Por mientras yo me ponía el termómetro con tan buena suerte que se me resbalaba de las manos —atribuyámoselo a los elefantes rosados que yo veía pasar frente a mí— y se quebraba. Por lo menos el mercurio quedó intacto, así que le puse un par de parche curitas en el poto quebrado, para no cortarme y me lo chanté —¡en el brazo, los mal pensados!—.
Para más remate no había un mísero Panadol en toda la casa. “Vas a tener que esperar que se te pase o que se haga de mañana y te pueda ir a comprar”, continuaba mi siempre amorosa madre.
—Tengo seeeeeed— gemía yo como que me estuvieran matando en Irak.
—Aguántate— la voz de mi madre era categórica. Ese tonito de “yo tenía razón, tú no me hiciste caso y ahora tendrás que pagarlo con sangre” de la victoria me apesta.
—Tráeme jugo
—¡Está helado! Te vas a resfriar más— No era de mala, pero como nos habíamos trasladado a mi depa de soltera santiaguino, claramente lo único que había para tomar estaba en el refrigerador o guardado en la despensa de “licores”.
—Mamá… o me resfrío o me deshidrato con esta fiebre— acoté en mi segundo de cordura y Patty recapacitó y me trajo el helado pero mejor jugo de toda mi vida.
Así seguí, sin dormir hasta que encontraron un fasagrip.
Y sobreviví esa mañana, durmiendo, como pollo. Luego Patty me trajo de un ala a Viña y bueno, mi vida se ha pasado desde ver cuanta serie hay en el WB —tiene cable Light, ¡no incluye el Sony!— hasta un programa que se llama “Sala de Partos” en el canal de la salud donde, básicamente, se pasan una hora mostrando cómo nacen los niños. Entre medio, cuanta teleserie hubiese, Los Venegas e Inside the actor`s Studio.
Luego de una buena dosis de tele como no la tenía desde hace años —y de definir que si algún día tengo guagua por favor, dópenme cuanto más se pueda— debo reconocer que odio estar resfriada. No sé si es esto de que se te peguen las sábanas, las narices tapadas, ese maldito zumbido en los oídos —cuando me resfrío me vuelvo sorda— o no poder hablar —sí, para la otra me matan, porfa—, pero la sensación de gripe y la fiebre es lo peor que a uno le puede pasar. Insisto, después de un parto sin anestesia, según mi nuevo conocimiento sobre el tema, el resfrío es lo peor, deberían erradicarlo.
Y me acordé de las enfermedades infantiles. ¡Qué tiempos aquellos! Cuando todos te venían a ver por un resfrío: tus tíos, los amigos del colegio, los primos. Qué ganas de que aún me dieran un premio por tomarme los remedios o un regalo por sobrevivir a la fiebre. En todo caso, por lo menos ya no me pueden amenazar con que si no me los tomo me ponen un supositorio.
Pero qué tiempos esos, ¿no? Cuando a uno le encantaba enfermarse para no ir al colegio y no tenía que preocuparse de llamar al jefe para explicarle nada. Por eso agradezco que Patty me haya traído de un ala, porque en algo me recuerda mis minutos infantiles, cuando vivían pendiente de que la gripe no te matara.
Bueno, no puede ser tan malo tampoco. A pesar de que no es que lo esté pasando chancho ni tomando tecito con las amigas ni yendo a carretear a valpo, por lo menos este break me ha dado tiempo de postiar y eso, dentro de mi supuestamente agitada vida de esta semana, ya es un logro.
3 Comments:
Las enfermedades infantiles... Recuerdo cuando me venía la fiebre salvadora todos los jueves para no ir a clases de Técnico Manual o cuando me daban esas indigestiones sicosomáticas cuando mi mamá tenía que salir (salía igual).
Recuerdo mi mes de hepatitis en plena "aborrescencia", tras la cual el jumper me quedó como campana.
Recuerdos... porque desde hace fácil 6 años que no me enfermo de esa forma.
Toco madera.
Totalmente de acuerdo que los resfriados son espantosos. Yo veo venir que me voy a refriar porque me duelen mucho las amígdalas... De chica me acuerdo cuando me pinchaban y siempre me caía un regalito por valiente =)
A todo esto, ¿qué te pareció Pablito? Noostras con la Marce a lo que más nos dedicamos esa noche en la Blondie fue a abuchearlo.
Besos!!!
Es culpa de Viña!!!! Yo también me resfrié allá!!!!
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