Parrillada bailable

—¡Esa vieja rota me pisó!
Pausa. Matías me queda mirando sin entender nada. Claro, él es un tipo calmado, relajado —igual que yo…— y se toma su tiempo para darse vuelta a mirar a la “dama” que acaba de enterrarme su “taco-aguja-chulo-aleopardado” en mi pobre piececito indefenso.
—¿Cuál? ¿Ésa?
No alcanza a apuntarla cuando la pareja de la fineza de dama que tenemos al frente le pega un empujón a mi partner de baile.
Ah no, esto ya es de-ma-sia-do. O sea. Puedo soportar que me pisen una vez sin querer. Incluso que no me pidan disculpas —viejas picantes hay en todas partes—. Puedo dejar que me pisen una segunda vez, sospechando de si fue sin querer o no, y hacer un comentario del tipo “La señora podría fijarse donde pone las patas” a mi compañero de baile sin sulfurarme demasiado todavía. Puedo, incluso, aguantarme las ganas de ser como ella y devolverle el tercer pisotón cuando descubro que la vieja ya lo está disfrutando. Pero NO puedo soportar que ahora sea la amiga rota de la vieja rota la que sigue con el juego. Menos que su pareja, un viejo chico, guatón, bigotudo, con una cadena de oro que le hacía juego con el diente delantero con el que pronunciaba la “ceashe”, empuje a mi compañero que es más pacífico que el Dalai Lama. Eso no.
Me acerco enyegüecida a la imitación de Adrián y le digo:
—Disculpe caballero, yo sé que le debe costar, pero haga el esfuerzo de no ser tan roto.
Le otorgo tres segundos a su cara atónita, me doy vuelta y le digo al intento de rubia tapizada de leopardo que tiene al frente:
—Y usted, señora, trate de que la saquen a pasear más seguido para que aprenda cómo comportarse en lugares públicos.
Y agarro a Matías y salgo arrancando. Ya estoy viendo cómo se saca el tacón aleopardado y me lo tira directo a un ojo. Mejor abandonamos la pista.
La verdad es que no estoy aquí por voluntad propia, sino ajena. Una compañera de trabajo organizó una salida para los integrantes del Bronx —denominación que tiene el sucucho donde trabajamos los que sobramos de las secciones correspondientes, también conocido como “pool de colaboradores”— y sus respectivas parejas.
Buena idea, pero mal lugar: una muy famosa Parrillada Bailable en pleno barrio Brasil. A pesar de las recomendaciones de mis amigos santiaguinos, yo —una siempre ingenua niñita de provincia— se las atribuí una vez más a su sesgo “no salgamos de Plaza Italia para abajo”, no les hice caso y partí. Pero esta vez tenían razón.
No vamos a decir que yo soy la fineza con patas, pero en el ambiente era una verdadera Lady Di criolla. Con mi mejor pinta de falda negra recién comprada, strapless y su buen zapatito bajo partí a la aventura. Habíamos reservado para 10 pero terminamos yendo 6. Cuando hablaron de “reservar” yo dije “Ah, ven, la cosa es top, sino para qué reservar”. Pero me equivoqué.
Nos fuimos 4 en el auto. Para no dar nombres que comprometan a los involucrados —quienes no tienen la misma indiferencia ante el ridículo que yo—, hablaré de mis “amigos culturales” —en referencia al área donde trabajan— y mis “amigos reporteros”. En el auto íbamos dos amigos culturales, un amigo reportero y yo. El amigo cultural tenía un propósito en la velada: engrupirse a su compañera de labores, quien iba cada vez más asustada a medida que bajábamos de Plaza Italia. La verdad, yo también, especialmente cuando llegamos a un folclórico frontis con parra, copihues y “show étnico” incluido.
El estacionamiento estaba lleno, así que tuvimos que ir a dejar el auto a otro más lejano y devolvernos en su buena “Van” —léase pan de molde con logo “Los Buenos Muchachos”— especialmente acondicionada para la ocasión.
Cuando entramos ya me empezó a dar mala espina. En vez de las mesas circulares de cualquier restaurant seudo decente habían unas rectangulares, con mantel de goma que bien me hicieron acordar de mis tiempos escolares de almuerzo en el J Cruz. “¡Pintoresco!” Exclamó la conductora con un tono nada amigable y que bien representó lo mismo que yo estaba pensando pero no quería decir.
—Ay, ya no sean mala leche, si debe ser de lo más entretenido. Además, ayer con el Mati nos metimos a revisar y tienen Show Étnico, criollo y orquestas bailables.
Era la “Cony positiva” que a veces me sale los sábados a la hora del carrete, que contrastaba con la “Cony mental” que murmuraba “Salgamos arrancando antes que nos den un agarrón o nos quiten la billetera”. Ganó la primera, total, ya estábamos allá.
Nos sentamos y empezó la diversión. Llegó la organizadora con su novio extranjero que no entiende ni pito de lo que hablamos, pero que pone cara de entender y no hace show —razón más que suficiente para considerarlo como el pololo ideal—. A ver. Recapitulemos. Los amigos culturales en su “onda” tipo cacería nocturna. La amiga organizadora con su dominio bilingüe de la situación y yo con mi amigo reportero. Eh, bueno, ¿bailamos?
Y en eso estábamos, metiéndole el medio-giro-con-cabello como locos cuando empezó la diversión.
—Wenísimas noshes respetable públicosss.
No es por exagerar, pero lo más parecido que he visto al animador del show es el Braulio del Circo de las Montini. En dicción, digamos, porque en pinta es igualito a Charly Badulaque, le falta el puro guarén.
—Gur nai diar frens from oder cantris
Ah no, el chico —literalmente— es bilingüe. Y cómo no si apenas pronuncia media palabra en “inglés” se les sueltan las trenzas al grupo de gringas que hay en primera fila.
Y comienza el shows. Si con el primer “gur nai” las gringas con exceso de Pisco sour ya se estaban sacando la polera, con el show polinésico había que amarrarlas a la pata de la mesa. Y eso que Hotuiti es un lord inglés al lado del “cuerpo de baile” de la parrillada bailable. En eso los “lolos” sacan a las gringas a bailar al ritmo del “hopa uh hopa uh” y las gringas se juran en despedida de soltera.
Trato de no perder la sonrisa, pero me cuesta. Todo show en que la gente pierde la dignidad me desgasta emocionalmente, sobre todo cuando pintan a mi país como prostíbulo racial. Y bueno, para qué vamos a entrar en más detalles.
Por fin termina el show y decidimos mover el tambembe. ¡Un Juan Luis Guerra! “Ves, la cosa no podía ser tan mala”, me digo para mis adentros. Pero, como dice una de mis amiguitas de la U, siempre puede ser peor. Después del JLG vienen 5 boleros. ¡Estoy gastando mi noche de sana diversión en un lugar donde ponen 5 BOLEROS SEGUIDOS! ¡Y los bailan más encima!
Ah no. Yo he desarrollado harto la paciencia con esto de haber entrado a trabajar, pero esto ya me supera.
Cuando vuelve la “música de matrimonio”, volvemos a la pista y entonces, siento un ligero taco en mi empeine. Un adorable piececito de vieja aleopardado de frío…