Wednesday, October 11, 2006

Manual anti "wea": Los 13 tipos de hombre de los que es mejor escaparse


Ya viene halloween. Y para entrar en onda, les presento un adelanto sobre los 13 monstruos que se deben evitar para poder sobrevivir con la mente un poco más oxigenada. ¡Disfrútenlos!

1. El casado
Justo se está separando. Desde que uno los conoce que las cosas están mal en su casa, ya no hay amor. La otra —en realidad, la una, uno es “la otra”— es una maldita bitch insensible y frígida que no puede ni compararse con el volcán de emociones juveniles —pueriles, mejor dicho— que es una. Si no se separa “es por los niños”, aunque en eso se pueda pasar toda una vida, hasta que los niños ya estén saliendo de la Universidad y uno se haya puesto tan insensible, frígida y con las carnes sueltas como la otra —la una, digamos—, pero sin marido, hijos ni prosperidad.

2. El mamón
Partamos de la base de que no hay hombres no mamones. Lo traen en el gen “y” de “mamY”. Pero una cosa es la dosis justa de cariño maternal y otra muy distinta tener un complejo de Edipo arraigado y nunca superado.
El mamón puede tener 30 años, pero la mami le sigue poniendo horarios, restricciones y diciéndole que la abstinencia es la mejor opción para no tener hijos no deseados con la pérfida que le está robando el cariño de su querubín. Estos “hombres” no pueden ir a comprarse un par de pantalones solos —o con la de turno— porque la mami se enoja y el gusto de la mami no lo tiene cualquiera. Tampoco pueden irse de vacaciones tranquilos porque la mami les creo un efectivo mecanismo de control, incluso a miles de kilómetros: la culpa.

3. El gay no asumido
Hay hombres peligrosos y éste. No es amanerado, no le gusta Madonna, sonríe seductoramente y —he aquí el peligro— anda buscando una pantalla. Mucha llamadita, mucho gusto parecido, mucho embeleco y detalle que hace pensar “qué preocupado de mí”. Mucha conversación por MSN, mucha manito loca, mucho ojito coqueto, pero a la hora de los quiubo… mucha nube, mucho sol, como quien dice. Aléjense chiquillas, porque cuando uno toma el toro por las astas se puede topar con una declaración insospechada del tipo “no eres tú, soy yo” o, peor, “me encantaría estar contigo, pero TENGO UN PROBLEMA”. Y una qué piensa “pobrecito, está con otra, pero me ama a mí”. Qué otra ni que ocho cuartos. Chiquillas: los hombres son más simples que eso… cuando escuchen ese speech HUYAN, porque claramente un rollo así sólo lo puede tener un hombre con alma de mina.

4. El gay asumido
Si tomamos el complejo de misioneras salvadoras que identifica al 98% de las mujeres —las lesbianas quedan dispensadas— y lo mezclamos con una buena dosis de causa perdida, la película del tipo Jennifer Aniston nos queda completita. Porque pucha que somos pasteles a la hora de renunciar a las hormonas. “No, si no es TAN gay”, “Salió del clóset hace poquito” o “Es que no había conocido una mina como yo” son frases típicas de las integrantes del club de Úrsula —para los poco tevitos, la pobre bruta que anduvo detrás de Ariel toda la teleserie en “Machos”—. Chiquillas, si ya es difícil conquistar a un heterosexual, cuál es el masoquismo imperante para enamorarse de un gay. Hay tanto hombre dando vuelta un poco menos cacho que estos como para andar emprendiendo cruzadas inútiles.

5. El príncipe azul
A falta de caballo bueno es el Peugeot 206 o el Chevrolet Corsa. Es el hombre que siempre está ahí, que siempre puede irte a buscar, que es capaz de rechazar un partido de fútbol por ir a pasear a tu conejo contigo. Le agrada a tu madre, es más ¡tú le agradas a la de él! Y si ve uno de esos niños vendiendo rosas, obvio que te compra una, y más cara, para ayudarlo a salir de la pobreza. ¿El problema? So perfect. Y una, bueno, una quiere que le remuevan las hormonas y nada más matapasiones que el adorable pololo que nunca se enoja, que te idolatra, que te encuentra la razón en todo… Hay que reconocerlo: toda mujer tiene su cuota de masoquismo amoroso necesario para la subsistencia de la especie y los príncipes azules o no existen o son demasiado fomes.

6. El puto
Quién no ha saltado como enferma en una disotheque cantando a todo pulmón la famosa canción homónima de Molotov, pero cambiándole el coro por algún nombre masculino. La que esté libre de pecado, que lance la primera piedra.
El puto es francamente adorable y, tal como el gay asumido, nos despierta ese hondo instinto de defensoras de las causas perdidas que tenemos las mujeres. Es ese que nos calienta más que la media hormona necesaria, que nos dice justo lo que queremos escuchar cuando lo queremos escuchar. Es ese por el que hacemos las cosas más inverosímiles sólo porque nos sonríe y nos dice que somos únicas —vaya descubrimiento—. Y cómo no va a saber él, si ha estado con tantas. ¿Lo peor? Una lo sabe, pero ya que no fue la primera, pretende ser la última.
¿Resultado? Euforia incontrolada cuando deja a la polola por la “mina de su vida”, o sea, una. Idiotez desmesurada cuando una ya está pensando en los nombres para los hijos y cómo suena su apellido junto al propio. Rabia descomedida, llanto inmoderado cuando encontró a otra “mina de su vida”, tres meses después.

7. El adoptado
Es una variante del mamón, pero hacia la madre ajena, no la propia. Es el típico pololo que no pololea con uno, sino con la familia. Siempre van a estar de parte de él. Si nos enojamos es porque una es muy bruja, si no llega a la hora es porque el pobrecito está cansado, si nos deja plantadas es porque nosotras les exigimos mucho y si terminamos es porque somos lo suficientemente brutas como para dejarlo escapar.
El rey del asado, se adapta a cuanto evento familiar hay, incluido los cumpleaños infantiles a los cuales no duda en ir hasta de payaso. Al final, una se aburre, porque lo quieren más a él que a nosotras y, lo que es peor, él más a ellos que a una.

8. El yerno platónico
Lo conocemos de toda una vida. Es el mejor amigo de siempre jamás, que frecuenta la casa hace mínimo unos diez años. Y a la madre siempre le ha parecido tan buen niño que no nos perdonan que le otorguemos el título de “mejor amigo” y lo dejemos pasar. Pero bueno, uno tiene sus gustos y, francamente, éste no pasa de ser el hermano asexuado, aunque la madre se muera de pena y le prenda una velita a San Antonio y otra a San Expedito a ver si algún día abrimos los ojos.

9. El psicópata
Durante el “amorsh” suele llamar cada media hora para saber donde uno está. “Tierno”, piensa una al principio. Pero no. Empieza con las llamadas, termina con el encierro, los empujones y el griterío cual cité porteño. Si logra terminar con un psicópata ALÉJESE, porque son peligrosos y no se les pasa. Primero son los llamados amenazantes. De ahí al conejo hervido en la olla de la cocina o a la una cabeza de caballo esperándola en la cama, un solo paso. La verdad es que deberían estar marcados, deberían hacerles un tatuaje del tipo “material radiactivo”. O por último, mandarlos a hacer el servicio militar en Chernobyl.

10. El alma gemela
Nada mejor que creer que uno encontró al hombre de la vida. Ese que uno dice “a mi me gusta Fito Paez” mientras él, al mismo tiempo tararea una canción —que no sea “11 y 6” o “Un vestido y un amor”, digamos—, que uno esté pensando en comer helado y él ya está sacando el auto para ir al Bravissimo, que uno no quiera salir un día porque está cansada —el trabajo hace mal chiquillas— y él ya arrendó un DVD. ¡Maravilloso!... los tres primeros meses.
No sé ustedes, pero con una “yo” me basto y me sobro. Ya tengo los suficientes rollos mentales como para tener otro mini me al lado ¡Horror! Es como el Príncipe Azul, demasiado perfecto… pero porque se parece a una. Y una se aburre de una misma bastante seguido, para que tener dos. Las almas gemelas sólo existen para subirse el ego un rato y pensar que la relación perfecta sólo se logra cuando uno se eleva al cuadrado. No… no sé cuál es la relación perfecta, de hecho, no creo que exista, pero no seamos hedonistas… en la variedad está el gusto.

11. El mal educado
El amor puede mucho. Pero cuando escuche a su pololo eructar en la mesa o “sorbetear” la sopa, preocúpese. No se trata de clasismo, sino de educación. No es que uno sea todo lo que es ABC1 pero sacarse los mocos en una reunión familiar o comer con la boca abierta son señales inequívocas de que el muchacho no es de lo más refinado. Si le da vergüenza llevarlo a una fiesta porque probablemente termine tomándose hasta el agua del florero, preocúpese, porque los pololos son para lucirlos, no para esconderlos.

12. El romanticón empedernido
Si el novio de turno le lanza a sus padres una frasecita del tipo “Gracias por haberla traído al mundo” o la “sorprende” con un globo de helio gigante con forma de corazón cada vez que pisan un mall, está frente a lo que el sentido común define como “cursi”. Mejor vaya definiendo su futuro y qué tipo de relación quiere tener con él porque lo más probable es que el próximo paso sea un avión de esos con letreros del tipo “Cásate conmigo”.

13. El SPM
Gruñón, idiota, mal genio y cambiante. Si a usted “los días R” le llegan una vez al mes, a él se le quitan cuando duerme. Si van a comer, termina retando al mozo. Si van al cine, se agarra con el personaje que se sentó adelante o termina haciendo un berrinche porque el sonido no estuvo de lo mejor. Si lo acompaña a comprarse ropa, fijo que la cambia, porque en el espejo de la tienda se veía diferente y si duermen juntos, la cama nunca es suficientemente grande ni cómoda como para que pase una buena noche. Pero ¡hello! El Síndrome Pre Mentrual es parte de nuestra identidad de género y con una sola persona hormonal en la relación basta y sobra.