Sunday, December 25, 2005

De ilusiones y otros demonios navideños


Me faltaba el puro gorrito rojo con el pompón blanco destartalado. Este año en pos del buen barrio donde celebramos la Navidad omití el detalle navideño. Ahí iba yo, con cuatro de mis cinco sobrinos —el otro autoconsideró sus 12 años como demasiados para esos trotes— en busca del Viejito Pascuero. En reemplazo del Nicolás —mi sobrino perdido— iba Patty Chamy, a quien también sacamos a buscar al viejito engrupida con que yo sola no me podía tan colosal tarea. La verdad es que la esperaba una Sony Vega ultra muy pro que el viejito no podría instalar con ella en la casa.
Y ahí estábamos los seis, de los cuales sólo una —no mi mamá, porsiacaso— creía en tan notable institución mundial. Lo más divertido es que además de ser el último bastión crédulo, era también la única que se negaba a semejante ridículo. Mientras todos los demás gritábamos "Viejitooooooooooooooooo" a todo pulmón por las céntricas calles de Viña y preguntábamos "Señor, ¿ha visto al Viejito Pascuero?" a cuanto padre lleno de regalos se nos cruzara, la Fernandita sólo se dignaba a mirarnos con cara de "pobres subnormales".
Y entonces me acordé, me vi, me reencarné. Cual dejavú, pasó por delante mío mi infancia. Constancita a los seis años preguntándose muchas cosas inconexas que se esconden tras la reservada identidad del caballero canoso y ronco:

1. Cómo un Viejo tan re guatón es capaz de entrar por las chimeneas:
Mi casa de infancia era bastante grande, pero aun así semejante morsa roja NO entraba por la chimenea. Recuerdo que una vez, presa de la duda que realmente me carcomía —copuchenta desde chica— le pregunté a Patty por el tema. Tan pedagógica y original como siempre, me respondió: "Ah, es que no entra por ahí, sino por la ventana". De lo que mi madre no se percató es que las ventanas del living tenían unas tremendas rejas.

2. Aunque cupiera por la chimenea. ¿cómo no ensuciaba todo al entrar?:
Nosotros nunca usamos la bendita chimenea. Estaba tapada desde que tengo uso de razón, era más un elemento decorativo que útil. Bueno, pero Patty mató dos pájaros de un tiro con la respuesta anterior.

3. ¿Por qué siempre hay que salir de la casa para que el maldito viejo pase?:
Me acuerdo que cuando bien chica tenía que dormirme para que los regalos aparecieran. Luego me puse noctámbula y había que salir al patio. Hoy ya la parafernalia es monumental. Una vez mis hermanos hasta dejaron huellas con harina y manos pintadas, eso no se veía en mis tiempos. Pero ayer, con la cara de la Fernandita mirando el show que le hacíamos los cinco idiotas del paseo más los otros 30 que gritaban "Jo, jo, jo" por el balcón, me di cuenta que too much.

4. ¿Por qué el flujo de regalos bajo el arbolito sólo aumenta en un par desde que salimos hasta que llegamos?:
Esto depende de cada familia, pero en la mía por lo menos no varía mucho. Como somos todos medios maniáticos, nos gusta dejar las cosas listas desde temprano, léase los regalos bajo el árbol. La ya instituida salida de la tía Conty con los niños es aprovechada por los adultos apenas para poner un par de regalos más tipo bicicletas, celulares o Sony Vegas.

5. Cuántos niños se quedan sin regalos por culpa de la ineficiencia de este viejo que SIEMPRE se equivoca: o trae más regalos de los pedidos o cambia la Barbie "Princesa Rosada" por la Teresa "Sun beach surf":
¡Qué ganas de que los errores de este caballero pudieran reportarse al Sernac! Pero como no da ni boleta...
Recuerdo que cuando era muy chica, como de tres años, me llegó un estuche lleno de lápices de colores. Era transparente, con el borde rosado y tenía un conejito. Yo lo miré y me deprimí. Mini Cony con conciencia social pensó en la pobre niña que se quedó sin regalo por culpa de este Viejo Pascuero ineficiente. Mi papá —que aún estaba vivo y que tenía más pedagogía para esas cosas que Patty— me explicó que a veces el gentleman in red traía más cosas de las que les pedían a los niños que se portaban bien, como yo.
Menos mal que aún no sabía que a un gran porcentaje des niños del mundo no les llegaría regalo ni aunque se portaran infinitamente mejor que yo, pero bueno... mi incipiente conciencia social ya era un logro.

Con todos estos detalles en la cabeza me quedé algo atrás del grupo. Patty Chamy tocando una melodiosa campanita de cerámica navideña me devolvió a la realidad. Mi mamá —que lo único que quería era devolverse— le dijo a la Fernanda: "Mira, parece que pasó hacia allá [casa de mi hermana]". La Fernanda la miró y le dijo: "No". Como la cabra salió mas avispada que todos nosotros juntos probablemente ya ni cree en el viejito, pero siempre es bueno alimentarle la ilusión a los padres. De pasada nos compran las cosas que pedimos.
Entonces llamé a mi hermano. "Ya estamos llegando, grita un ‘Jo, jo, jo’". Acto seguido la risa del viejito y mi sobrina corriendo hacia el departamento. Había llegado la hora de pasar por alto todas las incoherencias de este caballero. Total, pasa una vez al año y más encima para regalarnos cosas. A veces echo de menos ese tipo de ilusiones.

AVISO DE UTILIDAD PÚBLICA


A todos mis seguidores (para bien o para mal) les informo:

Ante los constantes reclamos me veo en la obligación de realizar la siguiente aclaración. Hasta esta pobre obrera del periodismo nacional tiene derecho a unas vacaciones. Por lo anterior he estado medio "floja" para publicar ya que estoy en Viña y no tengo internerd. Pero no desespereis... ya tendrán Blog para rato (nuevamente, para bien o para mal).

Por su atención y pronta colaboración, muchas gracias.

Thursday, December 08, 2005

Vocación animal


Hay días en que odio el periodismo. Es más, hay días en que entiendo a esa gente que parece gozar enumerando la larga lista de periodistas chantas y sus desaciertos. Hoy fue uno de esos días. Básicamente me vino como uno de esos instantes de desdoblamiento, me vi desde fuera, así como desde arriba, con música e iluminación tipo película biblica y ¿qué vi? Una niñita con educación ABC1 (la pura educación no más) con cara de pendeja en plena esquina de Ahumada con Catedral insolándose. Insolándose en medio de un mar de banderas con una flechita con dos rayitas que gritaban "Vote por el chico".
Se me acerca uno de los abanderados e intenta pasarme un calendario con la cara (evidentemente potochopeada) de Andrés Zaldívar. "No, gracias. Soy periodista", le digo. Me mira de arriba a abajo y se aleja posiblemente pensando en que hay chivas malas y la mía. Lo peor es que es verdad... o sea, casi verdad.
Estoy ahí para un trabajo de Taller III, en mi último año de carrera, con la misma cara de cuando tenía 14 años, pero con más teorías de la comunicación y menos idealismo. Mi tema no tiene nada que ver con el chico (en cualquiera de sus acepciones), pero la única forma de lograr una cuña (léase declaración) de Soledad Alvear para cualquier tema es yendo a una de sus actividades públicas.
Y aquí estoy, insolándome. Se me acerca un caballero canoso y me saluda de beso. Mientras trato de buscar mentalmente entre todos los amigos o primos santiaguinos de mi mamá él se pone como para la foto Pollaroid. "Ah... candidato", intuyo.
Efectivamente. Llamo a mi amiga Vale (que me salva en mis momentos de incultura) y me da una ficha detallada de Ricardo Hormazábal, mi amigo el canoso, candidato DC a diputado por Santiago. Cuando veo que se acerca denuevo chapita y globito en mano saco mi grabadora y salgo arrancando hacia el lado de los periodistas. Por fin el caballero entiende que por acá no va el voto y desiste de la demagogia, por lo menos conmigo.
Me acerco a algunos gráficos (que mientras uno no se les cruce suelen ser más amorosos y más jotes que los perodistas) y le pregunto por la tía chol. "Está por llegar" me dice uno, mientras otro grita "No, no viene".
Denuevo me desdoblo y veo mi cara indescriptible. Si hubiese que ponerle movimiento, la sigue una cámara circular, de esas que dan vuelta alrededor de uno. Bueno... ya estoy aquí, insolándome, así que por último espero para certificar yo misma que el resfrío primaveral efectivamente la dejó sin voz y con licencia por tres días... justo los tres días al año en que yo la necesito.
En eso todos parten corriendo. Mis casi 4 años de experiencia me indican que llegó alguien importante (o que se cree importante), es decir, empezó el show. La banda de jazz-swing para lolosaurios contratada especialmente para la ocasión comienza a tocar "Chico de mi barrio" y de un tremendo auto se baja algo. Sí, algo porque entre todo el aparataje técnico sólo se le ven los pies. Es Andrés Zaldívar, increíblemente chico y esperablemente fome. La sonrisa del calendario pareciera también photoshopeada porque el puerta a puerta santiaguino parece no ser su fuerte electoral. me atrevería a decir que hasta le da lata.
"¿Y Soledad?", le pregunto a su asesora. "No, está sin voz, súper resfríada. Los sacrificios de este cuento", me dice. Y yo la entiendo... claro que la entiendo. Los periodistas sabemos de sacrificios profesionales, especialmente cuando terminamos como jaiba sin obtener ni media cuña.
No estoy dispuesta a soportar ni media bandera más, ni media canción panfletera, ni media vieja que se acerca a contarle sus problemas a un Zaldívar que promete solucionarlos sin preguntarle ni el nombre. Me alejo rumbo Bravíssimo. De algo que valga la insolación matutina.

Friday, December 02, 2005

¿Mala mujer?


Santiago. Diciembre. Calor infernal. Barrio Patronato. Entre las miles de bolsas plásticas negras con viejitos pascueros blancos que dicen “Mery Chrismas” (sí, escrito así mismo), suena mi celular.
— Conyyyyy… ¿cuándo te vení a Viña? Te estamos preparando una recepción —es mi amiga Maca al otro lado del teléfono— no veí que erí nuestro orgullo porteño.
Claramente me río. El vituperio está organizado por mis incondicionales amigos viñamarinos quienes consideran lo máximo que haya quedado seleccionada en “Reportajes” de El Mercurio y eso (como tantas otras cosas por las que hemos celebrado a lo largo de nuestra amistad) amerita una festividad enjundiosa.
Me río. Me río, me emociono y me alegro. Especialmente en un día como hoy. Ayer llegó a mis oídos un rumor. Ese género nunca bien ponderado y lúdico afectivo que a la gente le encanta difundir, especialmente si destruye a otra gente. Pero no era tan divertido, porque la víctima, esta vez, era yo.
En realidad al respecto estoy curada de espanto. Si pescara cada rumor que me inventan estaría pololeando con la mitad de la U, además de que la otra mitad no me pescara y todas esas cosas de la vida personal que a la gente le encanta inventar y que a mi me encanta ignorar por idiotas.
Pero esta vez era diferente. Resulta que el comentario de turno hacía (es decir, hace) referencia a una supuesta falta de ética en el campo laboral, por decirlo bonito. Aserruchamiento de piso, en jerga popular.
El tema ya iba en la tercera generación del “te digo que me dijeron” y supuestamente hay mucha gente enojada conmigo por chueca, por aserrucharle el piso a una compañera con la que trabajé en un proyecto y a la que supuestamente me “cagué” (nuevamente en jerga popular) quedándome con más pega de la que me correspondía.
No sé de dónde salió el rumor, pero tengo mis sospechas. En todo caso ese no es material para analizar en esta columna, especialmente porque no me caracterizo por pagar con la misma moneda, es decir, andar inventando rumores sobre especulaciones. Tal vez no sea un rumor propiamente tal, pero quiero pensar que sí.
El tema que sí me importa es la gente que lo difundió. Principalmente porque a algunas personas las consideraba pseudos cercanas. En otras palabras hubiese esperado la deferencia de, por último, preguntarme mi lado de la historia.
Los detalles tampoco vienen al caso, pero más allá de las cosas como fueron realmente (hay más testigos que yo en la historia), me extraña que me tilden de chueca y que crean que yo soy capaz de cagarme laboralmente a una compañera. De mí pueden decir muchas cosas, que soy pesada (sí, a veces, gracias), estresada y bruta para decir las cosas, pero por eso mismo saben que soy sincera y derecha, especialmente en temas laborales.
Uno no puede caerle bien a todo el mundo y los pelambres personales no me afectan mayormente (la gente tiene derecho a que uno le caiga mal), pero en el ámbito profesional no voy a aceptar comentarios infundados, porque no tienen derecho a hacerlos.
Me he caracterizado toda mi vida (escolar y universitaria) por ser buena alumna y decir las cosas a la cara. Aunque eso me ha traído más de un problema, en mi profesión eso se agradece. Por eso que me extraña que personas con las que yo he trabajado y especialmente con las que he tenido que enfrentar chuecuras de otros o proyectos fallidos no tengan ni la mínima deferencia de preguntarme a mí cómo fueron las cosas antes de andar esparciendo comentarios infundados.
Las cosas siempre tienen dos versiones y una verdad. Y con ese pensamiento filosófico cierro esta columna y me voy a Viña, a la choripanada bailable que me prepararon mis amigos, esos que nunca creerían en rumores porque me conocen. Menos si hacen alusión a mi calidad profesional, porque saben que el perfil del aserruchador es un tipo mediocre, que no tiene otra forma de ganarse la pega que quitándosela a otros. Mis amigos, los “the real” saben que, gracias a Dios, yo no necesito aserrucharle el piso a nadie para ganarme una pega, porque pueden decir muchas cosas de mí, pero la pega la hago bien y quienes han compartido conmigo en el ámbito profesional no pueden —o no deberían— decir lo contrario.