Wednesday, February 22, 2006

El Ondómetro


Además de eventos, mi nuevo estado civil le lleva un sinúmero de cavilaciones filosóficas. Estábamos el otro día con Shanetta, aprovechando sus 15 minutos de fama, —es un gran logro, yo no tengo ni medio— en una elevada conversación telefónica. Ella se ha vuelto mi nueva gurú mentora en el tema de cómo volver a estar soltera y no morir en el intento. En ese contexto, comenzamos a discutir sobre un tema novedoso y trascendente: hombres.
Discutíamos sobre todas esas cosas tan típicas de ellos. Sobre sus indecisiones y sus mamitis —llegamos a la conclusión de que no hay hombre no mamón—, sobre sus comentarios y cómo pueden llegar a ser tan adorables con sólo decir las palabras justas.
En esa estábamos. Shanetta hablaba y yo tomaba nota sobre cómo volver a las pistas sin pecar de exceso ni omisión cuando me mandé el comentario iluminador: por qué no existirá una forma de medición del gusto. Una maquinita parecida al detector de metales con una lucecita verde y otra roja, pero sin ruido. Disimuladamente se la chantamos cerca al lolito de turno. Un par de comentarios, un par de cambio de luces. Si se prende la lucecita verde, hay onda. La lucecita roja, siga participando.
Y así se nos ocurrió la brillante idea del ondómetro. La vamos a patentar… después de tanto invento chanta —si han inventado hasta maquinitas para estrujar las lechugas— cómo éste no va a ser todo un éxito. ¡Nos solucionaría la vida a tantas!
Por ejemplo. Nos evitaría esas molestas esperas al lado del teléfono y las maratónicas corridas —con más de algún traspié— hacia el aparato cuando este finalmente suena. Todo para que sea un vendedor de VTR o Joaquín Lavín en campaña. Con la maquinita ya sabríamos que si el lolo dice que llama, ¡llama! Y si no, pa’ la casa.
También seríamos más seguras de nuestros comentarios. A mí por lo menos, la boca me hace sinapsis más rápido que las neuronas y SIEMPRE termino pensando “No habré hablado demás”, especialmente cuando de por medio hay más de un par de roncolas.
Nos haría más osadas. No tendríamos que esperar el eterno rito de enamoramiento digno de elefante o pájaro australiano: coqueteo, manito, roce, cariñito, cercanía, beso. ¡No pues! Señoras, respetables: con el ondómetro pasamos del examen al beso, directo. Claro, porque yo soy de lo más ñurda e insegura en esa etapa y si el lolo no pone TODO de su parte, yo no me atrevo a NADA. Pero con el ondómetro claramente me atrevería… no habría nada que perder ¿no?
Por último, nos ahorraría un montón de tiempo y dinero. Ohhh sí… tanto:
- Tiempo gastado en teléfono para contarle a las amigas lo maravilloso que es el sujeto en cuestión.
- Tiempo gastado en celular cuando hay que emprender un plan alfa beta gamma con la misma amiga porque las cosas no están resultando como uno se esperaba.
- Plata en copete y/o comidas, de visitas al Zanzíbar, Liguria, Rápido o McDonalds. Porque en estos tiempos modernos de mujeres autosuficientes una no puede dejar que la anden invitando siempre.
- Plata en peluquería, manicure, masaje ashiatsu y derivados, según gusto y presupuesto (lo mío no pasa de elegir con más cuidado la ropa antes de toparme “casualmente” con el candidato, pero eso ya es un gasto de tiempo)
- Consulta del psicólogo cuando uno se da cuenta que el caballero andante se fue de vacaciones, fin de semana, santo o cumpleaños con otra.
En fin, esos son sólo un par de ejemplos. Increíble lo que una simple maquinita no inventada podría lograr. ¿Cómo no vamos a ser capaces? Algún conteo de hormonas, feromonas o algo por el estilo, no puede ser tan difícil.
Apenas la tengamos, chiquillas, apenas la patentemos, les avisamos. Las primeras 100 se llevan de regalo el manual “Tengo un hombre y no sé como destetarlo” o “Más vale ser soltera que cornuda toda la vida”. Así que aprovechen… shamen shá que ya estamos reservando.

Tuesday, February 14, 2006

SitCony (Valentine's day)


Odio el maldito día de San Valentín, ¡me apesta! No porque sea resentida con el amorsh ni soltera militante ni nada por el estilo, es sólo que un día dedicado a comprar globos de corazones, ir a ver comedias hollywoodenses románticas o rendirle culto a un Santo que nadie sabe quién es —más allá de los especiales de radios tipo Kumahuel donde hacen una reseña del santo que casaba cristianos perseguidos— es, a mi juicio, patético.

¿Por qué hay que rendirle pleitesía al amor? Ya me van a salir que también hay día de la madre, del padre, del abuelito y del niño, pero por lo menos en esos días uno le rinde un homenaje a personas de carne y hueso, no a sentimientos que deberían sostenerse por sí solos.

No sé si “sigo romántica” como dice el nunca bien ponderado Douglas, pero para mí el amor real es el del día a día, el que se sostiene de las pequeñas cosas y no de globos con helio ni de un panfleto publicitado, manoseado y consumista. Sí, ya sé, parezco activista de ONG, pero ¡por favor! Me apesta esa adopción chanta de costumbres yankees tipo San Valentín o Halloween… ¡cómo no vamos a ser capaces!

Y pensando en todo lo que odiaba este día en esas cavilaciones tan fructíferas que uno tiene arriba de la micro, me vi a mi misma dentro de una comedia de situaciones.

Claro, SitCony ya estaba como para escribir una columna “El antidía” de todo lo que odiaba esta fecha, vestida con faldita blanca y camino al diario. ¡Y se me vino Sarah Jessica! Obviando el escaso parecido físico —por no decir nulo— empecé a creerme las tallas de que Carrie y Cony además de empezar con la misma letra hasta suenan parecido.

A ver. Desde el principio. Soltera, ni militante ni virgen, sin pelos en la lengua, consejera de las amigas y reina del aquelarre. Hasta ahí vamos bien.

Tengo amigas para cada uno de los personajes en cuestión, pero por respeto a la realidad —sin ficción— me guardaré los nombres. En cuanto a coprotagonistas, tengo a mi Mr. Big que me persigue y me psicopatea. Claro que yo no lo seguiría a París ni aunque me pagara el pasaje. También está el casting del galanazo, con un par de postulantes, que, tal como en la serie, juegan al tira y afloja y yo, tal como Carrie, juego a entenderlos sin juzgarlos. A ninguna nos resulta mucho.

Tampoco nos resulta la choreza. El otro día, viendo uno de los capítulos antiguos, me reí a carcajada limpia cuando Carrie no sabía cómo reaccionar ante la indecisión de un hombre. Primero el lolito tiraba la piedra y luego escondía la mano y Carrie se pasaba la tarde pensando cuál era la forma más cool de reaccionar. Entonces, Samantha, martini en mano le daba uno de sus siempre atingentes consejos. ¡Por qué a Samantha siempre le resultan las cosas más fácil! ¿Porque las perras no tienen dignidad? No, porque son decididas y se creen el cuento.

Aún no llega el Aidan eso sí… menos mal. La verdad es que los Aidan me aburren… ¡Tan re perfecto y refinado! Pero bueno, eso de que quiera más a su perro que a sí mismo ya es bien sospechoso. ¿Y que no soporte el cigarro? Yo ni siquiera fumo, pero ¡en qué mundo vive! El remate se lo pegó “aquella noche de luna”, como dice la canción al arrodillarse en el medio de la noche a pedirle matrimonio a Carrie… too much romance. Claramente la espantó.

Bueno, en todo eso pensaba cuando me vi enfrentada a la dura realidad: las Sitcoms, así como Valentine’s day son un mero invento gringo. Y claro, yo odio uno y amo el otro el mismo día en la misma cavilación de micro… ¡quién me entiende! Y sonreí. Me faltó puro prender el cigarro y que empezara a sonar de fondo “Tan tananana tan tan tarán tan tan tananana tan” y el cartel “Cony and the City”.

Fue entonces cuando encontré la diferencia consustancial entre Carrie y yo: Carrie es un personaje y vive en un mundo de fantasía, París y Nueva York son sus escenarios ficticios. Y yo, bueno, yo existo —que a esta altura es de lo único que estoy segura—, últimamente vivo en una oficina que, por lo menos, tiene aire acondicionado y peleo todos los días con la maldita realidad. ¡Y sin un puto guionista!

Por eso no me gusta San Valentín, porque es demasiado perfecto. Prefiero mi vida que es una mezcla entre teleserie, reality y Sitcom y que probablemente sería grito y plata… ¡y yo perdiéndome detrás de un blog!

Friday, February 10, 2006

¡Qui ti pa con la culiá!


Nunca la televisión chilena se ha caracterizado por ser muy glamorosa ni correcta, pero este último tiempo ya se pasó. Yo siempre soy la primera en defender nuestra industria chabacana y su rol “entretenedor”, pero que Pamelita Díaz, con la misma boquita con que come pan —y otras cosas, por cierto— diga en cámara “No dijo na la culiá” con la misma soltura que le pide paltas a la casera ya es simplemente bananero.
No es que me las dé de pacata ni nada, pero una cosa es que a uno se le salga el tan chilenizado —y reconocido por la Real Academia Española, ojo— “Huevón” y otra cosa muy distinta es caer en la rotería máxima de semejante garabato digno de cogotero del Paseo Ahumada.
Eso sólo para empezar. Si ya es último de rasca hablar de “la culiá”, más picante aún hacerlo en la pega, sea cual sea. Se imaginan a su doctor refiriéndose a la enfermera como “Oye culiá”. O a un juez dictando un fallo: “Cinco años y un día pal culiao ese”. O, por último, a la nana de la casa: “Está lista la comida doña culiá”. No… hay algo en el grado de ubicación de Pamelita que le está fallando. Porque NADIE PUEDE andar tratando a la gente de culiá y menos en un ambiente laboral.
No sé cómo tratará a Manolito y no quiero ni pensar cuál fue la primera palabra que pronunció la Trini cuando aprendió a hablar, pero por último lo que pase dentro de las puertas de su hogar es asunto suyo.
Distinto es decirlo en la pega. Más aun cuando la pega la ve todo Chile, porque para qué estamos con cosas… SQP lo ven desde los ministros en vacaciones hasta la señora Juanita. Cuál habrá sido la cara de Sebastiancito cuando al sintonizar su última chochera una de sus empleadas sale con semejante pastelito. Él, ingeniero y experto en marketing —o automarketing, como sea— sabrá lo bueno que es para la empresa semejante comentario.
Tal vez debería poner a su amigo Rodrigo Hinzpeter a hacerle clases de comunicación a buena parte del equipo. Aunque con un curso rápido de “Cómo cerrar la boca para no pasar por rota delante de medio Chile” basta y sobra, creo yo.
“Pero si no dijo na po”, fue la excusa de nuestra nueva profesora Campusano. Menos mal, digo yo, porque a la hora que dice algo quizá como la trata. Pero bueno… no se le pueden pedir peras al olmo. Mal que mal, por más que viva en un departamento en Colón con Sebastián Elcano y que ande con harta joya —robada, por lo demás— por la vida, la esencia de Pamelita sigue siendo la misma.
Si en su afán de potranca glamorosa Pamelita se saltó el manual de Carreño porque creyó que era para armar algo, ya sabemos qué regalarle para su próximo cumpleaños. En todo caso no creo que ella sea la más apta para tratar a la gente de “culiá”, total, la que esté libre de pecado, que lance la primera piedra.